Dar un paso. El andar , un primer gesto para hacer mundos, el movimiento de una mano tomando un lápiz para trazar, una decisión del orden de lo somático hacía un arte que no sabe que lo es.Esas primeras lineas fugan un horizonte que sospecha de imagineria y percepción, un saber otro. ¿Artista andante acaso crees que puedes presentar un mundo sin replegarte en tu propio y desconocido método? 






Sí, queridos amigos, sentado en la placita del barrio sentí la transmutación del oro .         Allí viví lo que dice el poema. Es el caso de un “poema vivido”.
De pronto, el pensamiento me llevó en su vuelo a la Cordillera de los Andes, cercana y motivo de mis andanzas en el cateo de minerales en la provincia de San Juan, donde vivo. Buscaba oro, pero en ese vuelo descubrí la respuesta emotiva al encontrarme con florcitas amarillas en vez de oro.
Bastó ese encuentro para sentirme ampliamente satisfecho y darme cuenta del verdadero hallazgo: Que en mí mismo estaba el oro.
Jorge Leónidas Escudero 
San Juan, Argentina septiembre de 2015 




 







Carlos Ginzburg, 1972. Señalamiento


 








Magritte-Las ideas claras - 1958


 







Gretel Stern - Los sueños de Cansancio-1950

 










CONVERSACIÓN CON UNA PIEDRA

de Wislawa Szymborska, Paisaje con grano de arena, (Lumen, Barcelona, 2005, pp. 35-37.)


Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.
Quiero penetrar en tu interior,
echar un vistazo,
respirarte.

—Vete —dice la piedra—.
Estoy herméticamente cerrada.
Incluso hecha añicos,
sería añicos cerrados.
Incluso hecha polvo,
sería polvo cerrado.

Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.
Vengo por mera curiosidad.
Sólo la vida permite satisfacerla.
Quisiera pasearme por tu palacio,
y luego visitar una hoja y una gota de agua.
No me queda mucho tiempo.
Mi mortalidad debería ablandarte.

—Soy de piedra —dice la piedra—.
Imposible perturbar mi seriedad.
Vete,
no tengo músculos risorios.
Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.
Me han dicho que encierras salas enormes y vacías,
nunca vistas y bellas en vano,
mudas, donde nunca han retumbado los pasos de nadie.
Confiésalo: ni tú misma lo sabías.

—Salas enormes y vacías —dice la piedra—.
Pero no hay espacio disponible.
Bellas, quizá, pero no para el gusto
de tus limitados sentidos.
Puedes verme, pero nunca catarme.
Mi superficie te da la cara,
pero mi interior te vuelve la espalda.

Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.
En ti no busco refugio para la eternidad.
No soy desdichado.
Ni carezco de techo.
Mi mundo merece el regreso.
Quiero entrar y salir con las manos vacías.
La prueba de haber estado en ti
se limitará a mis palabras
en las que nadie creerá.

—No entrarás —dice la piedra—.
Te falta sentido de la participación.
Y no existe otro sentido que pueda sustituirlo.
Incluso la vista omnividente
te resultará inútil si eres incapaz de participar.
No entrarás; ese sentido, en ti, es sólo deseo,
mero intento, vaga fantasía.

Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.
No puedo esperar mil siglos

para estar entre tus paredes.

—Si no crees en mis palabras —dice la piedra—,
acude a la hoja, que te dirá lo mismo que yo,
o la gota de agua, que te dirá lo mismo que la hoja.
Pregunta también a un cabello de tu cabeza.
Estoy a punto de reír a carcajadas,
de reír como mi naturaleza me impide reír.

Llamo a la puerta de una piedra.
—Soy yo, déjame entrar.

—No tengo puerta —dice la piedra.